Apuesta rotunda al blanco como símbolo de un nuevo comienzo para esta reforma de una vivienda en el Madrid castizo abocada al ostracismo.
Lo esencial de esta vivienda estaba oculto como una caja de música exquisita olvidada en el desván. Esta joya gritaba en silencio suplicando salir a la luz para descubrirla.
Alturas de cuatro metros empequeñecidas por absurdos falsos techos, amplias estancias troceadas en cuartos oscuros, y puertas de madera macizas empolvadas en sucesivas capas de pintura barata, son los elementos primarios de la caja que había que destapar.
Cuando Virginia del Barco visitó la vivienda, enseguida vio el potencial. Antes de irse, le dijo a la clienta que le haría una “vivienda blanca”. Entendiendo el blanco, no como color, sino como material con el que trabajar.
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Una de las asociaciones del color blanco es la nada. En arquitectura, es la representación del vacío, aquello que está carente de materia.
Para empezar a trabajar, fabricamos un cubo de escayola en el taller del estudio, y con un cincel comenzamos a cavar. Sacamos material hasta dejar el interior vacío. Nos dimos cuenta de que, planteando un sistema de bóvedas en los techos, eliminaríamos esquinas en sombra. No solo eso. Conseguiríamos aumentar la superficie total de luz, y además, simular más altura de techos de la que realmente hay.
La caja de música comienza a desvestirse. La luz fluye pura.
Cambiamos toda la distribución de la vivienda. Para la entrada, planteamos un tabique de hormigón blanco realizado in situ. Lo forman varias velas separadas entre sí de modo que dejan pasar la luz natural desde el patio, a través de la cocina, hasta el vestíbulo de acceso.
El tabique engorda, se separa, se retuerce... Esconde seis zapateros, un armario de abrigos y el cuarto de instalaciones de aerotermia. Y en su búsqueda de llegar al inalcanzable techo otorga un punto de vista único y singular de la arquitectura.
La esbeltez de las velas impacta. Su fuerza y vigor transportan al habitante nada más entrar a un espacio seguro, tranquilo, donde nada malo puede suceder.
Para la cocina hemos contado de nuevo con Cromo Amarillo. El mobiliario se plantea en blanco, y sobre las encimeras hemos colocado una piedra de granito verde marina.
Una “no moldura” raspada en los muros recorre silenciosa todo el espacio. Hicimos varias propuestas y finalmente, por temas de presupuesto, la dejamos en su expresión mínima.
La elección del pavimento fue una decisión difícil. En ideo evitamos el uso de materiales que no sean naturales. De partida, sabíamos que debía ser blanco. Pero en vivienda, su utilización es arriesgada. Además, debía aportar luminosidad y vitalidad. Tras recibir innumerables muestras de distintos fabricantes, dimos con una baldosa de Huguet de terrazo con trozos de mármol en verde (modelo “palais high density”). Era un verde muy vivaz. Enseguida supimos que respondería a lo que buscábamos. Aportaría frescura, compensando el carácter sobrio del proyecto. “Asunción lo vio claro cuando lo llevé a la obra. Robert tuvo que esperar a verlo colocado para confiar en mi apuesta”.
Tal como se puede apreciar en las fotografías, la iluminación parece no existir. Trabajamos con esa idea para conseguir la radicalidad de la idea principal. El cubo tallado queda pulcro. Las luminarias se incrustan profundas en las bóvedas, de modo que quedan ocultas a la vista. En el resto de la vivienda, apostamos por Vibia para apliques y lámparas de suspensión.
En el baño de las niñas decidimos jugar un poco. Nos atrevimos con dos piezas en forma de perro (modelo Ámsterdam) de la firma italiana Karman. ¿Qué es la pureza sin mancha? ¿La Bella sin la bestia?
Además, hicimos un guiño a los antiguos baños árabes donde la luz natural se colaba a través de pequeñas perforaciones en las bóvedas. Si unimos las miradas de las infantas (nombre de la calle donde se ubica la vivienda) y el pintor en el famoso cuadro de Velázquez, el resultado es una línea quebrada con la misma forma que la constelación Corona borealis.
Tal posición en el cielo, traspasamos la línea estelar a la bóveda del baño. Es una metáfora íntima de la luz como alumbramiento de vida. Como un nuevo comienzo.
Abajo, una infografía de las primeras pruebas que hicimos de las velas de hormigón blanco en la entrada de la vivienda.
El dormitorio es un canto a la serenidad. Solo un machón de madera original de la finca marca en la esquina la entrada a la zona de dormir. Se aprovecha la condena de una puerta de paso realizando unas estanterías de obra, también en blanco.