Una tabla de madera, ¿cuántas veces ha podido ser pisoteada? Y una tablilla de roble mal colocada, ¿cuánto ruido sospechoso habrá levantado? ¿Quién sabe si las molduras art deco de Kahn Alcalá han sido cómplices de bailes largos sobre tarima de nobles? ¿Quién sabe si el humo levantado tras las demoliciones le ha susurrado a Arthur las respuestas?

Esas preguntas ingenuas rondaron en mi cabeza al descubrir la desnudez de los muros de mampostería de esta vivienda del Madrid de la UNESCO.

Me dejé llevar, como Isadora…

Me hice con un cable negro. Lo dejé caer en la arena de río recién descubierta y, pirueta a pirueta, se fue escribiendo el archivo de su historia.

La bailarina y el arquitecto.


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Está claro que, por el pulso de la Historia, (sigloXIX) donde todo estaba en ebullición, las vanguardias se sucedían unas tras otras. En Madrid, emergía una nueva burguesía sedienta de modernidad; así que Don Isaac se debatía entre las florituras (casi) cursis del art nouveau, y las geometrías deliciosas del art deco. Optó por bailar con las dos.


Ciento diez años después, tutús rosas y blancos se llenan de mármoles ostentosos que poco tenían que ver con el diseño inicial, de alicatados de espejos de discoteca que forraban las cocinas, y de puertas de paso sin originalidad. Todo está por clasificar y tirar. Poco se salva de la quema.









Un camino largo queda.


Un Patrimonio que conservar.


Ligero sueño. Me acerco. Puedo ver cómo las telas de tul se van.


Un teatro desnudo. ¿Será capaz de brillar?


Virginia del Barco.















































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